miércoles, 16 de septiembre de 2015

Manuel Urbano evoca la poesía de Juan Martínez de Úbeda en el ensayo 'El juego de la flor'

Manuel Urbano evoca la poesía de Juan Martínez de Úbeda en el ensayo 'El juego de la flor'




El Instituto de Estudios Giennenses (IEG) de la Diputación de Jaén ha editado El juego de la flor, un ensayo del escritor jiennense Manuel Urbano Pérez Ortega sobre la obra y producción literaria del poeta Juan Martínez de Úbeda (1916-1963). La poesía de Juan Martínez, que adoptó el apellido de su pueblo natal durante su estancia en Valencia, puede encuadrarse dentro de la segunda generación del 36, según el registro aceptado de Gerardo Diego, o bien en la primera generación de posguerra.
La revalorización del sentimiento, el vitalismo y el intimismo, así como el inconformismo y una cierta rebeldía, son las características que definen a los autores de esta época literaria y que, a juicio de Manuel Urbano, comparte el poeta ubetense. Junto a las señas de identidad comunes, la poesía de Juan Martínez de Úbeda destaca, apunta Urbano, por la clara imaginería lorquiana, algo que contrasta con su pleno rechazo al folclor andaluz y, muy en especial, al flamenco. De otro lado, el poeta hace patente su más firme adhesión garcilasista y en la que puede estar evidente la neta influencia de Dionisio Ridruejo. Otras constantes de su producción poética fueron su muy humana reflexión existencial y una profesión de fe, como demuestra en algunos de sus sonetos.
El ensayo de Manuel Urbano hace un recorrido por la abundante producción literaria de Juan Martínez y saca a la luz 14 poemas inéditos. De sus libros destacan La voz de las espigas (1951), El cántico del agua (1952); y, sobre todo, Voz en vuelo (1952) marcado por la sonoridad del verso y la frescura y sencillez de sus sonetos, décimas, romances o seguidillas. Tampoco faltan a veces sus composiciones altisonantes de nacionalismo nostálgico, de enardecido patriotismo, tan al gusto de la época. Y en otras ocasiones el autor ensaya, casi de puntillas, la poesía social, con alusiones a la despoblación de la provincia jiennense en la posguerra.
Con todo, la producción poética de Juan Martínez quedó reducida en buena parte al ámbito provincial, aunque también fueron numerosas sus colaboraciones en revistas y periódicos de la época. Martínez de Úbeda falleció a los 47 años en Linares víctima de un cáncer de garganta, sin que llegara a ver publicada su obra Elegía al pastor de Marmolejo. Un año después de su muerte sus amigos editaron Últimos poemas, una entrega que comprendía 16 variadas composiciones, seis de ellas inéditas.
Manuel Urbano, que ejerce como asesor cultural de la Diputación de Jaén, une este ensayo a la larga lista de publicaciones editadas tanto en prosa como en verso. Su último libro poético fue Paseos en Jaén (París, 2001). También es autor de numerosos estudios literarios y ensayos.

miércoles, 9 de octubre de 2013

50 ANIVERSARIO. JUAN MARTINEZ DE UBEDA. POEMA PARA NOVIEMBRE MORIR

50 ANIVERSARIO. JUAN MARTINEZ DE UBEDA. POEMA PARA NOVIEMBRE MORIR Por igual inédito y nuestra estima de que es uno de los últimos poemas que escribiera Juan Martínez cuando, ya enfermo de cáncer de garganta, se le asomaba la muerte. Un texto sincero, tremendo. POEMA PARA NOVIEMBRE MORIR Yo no quiero morir porque otras vidas -las ramas de mi tronco- me detienen; porque brilla la luz y tengo sombra; porque adoro a mi Dios y porque es verde el agua de los mares y son blancas las nubes; porque amo; porque tienen risas las rosas y músicas los aires. Yo no quiero morir, pero si, aleve, la muerte desdibuja mis mañanas, y se troncha mi tronco, y de repente la rosa cambia de color, y el aire se me va de la vida, seré fuerte y diré con la voz que no haya muerto: ¡Gracias, Señor por esta vida breve! Quiero vivir por estas ramas mías que huelen a naranjo. Por las fuentes que cantan, por los besos, por las canas de otros troncos antiguos; pero tiene mi raíz una voz que está muy cerca de la voz del Señor y no le teme la carne a la cenizo, ¡No es tan duro dormirse junto a Dios sobre la muerte! Sorprende cómo estos endecasílabos vienen a coincidir, prácticamente. con dos sonetos que, años antes, publicara en la revista Linares (16), con tí­tulo similar, «Poema en noviembre» (17), aunque este texto que rescatamos, tan coincidente, nos parece de mayor tensión lírica- El poeta se aferra a la (16) Núm 40; Linares, octubre de 1954, Creemos aconsejable reproducirlos: -I- Yo no quiero morirme todavía. No me quiero morir, porque me siento la savia por los huesos, y el aliento encendido de color y armonía. No me quiero morir mientras sonría este niño plural que busca un cuento de hadas en mis labios y alimento de Dios en mi silente hospedería. Cuando sean mis pájaros capaces de volar con sus alas, dame. Muerte, la muerte que me sirva para el vuelo; pero míralos. Muerte; son rapaces, florecillas en leche, cuya suerte depende de mí voz y mi desvelo. -II- No temas, corazón, Morir es darse a la tierra mullida y olorosa; caer, como los trigos, o sembrarse en un carmen con sol, como la rosa. Morir es, corazón, caer y alzarse; hacerse Nada y Todo; ser graciosa paloma del Señor, al elevarse, a tronco sin raíz en tierra umbrosa. No temas, corazón, que vida es muerte, porque sólo muriendo tiene vuelo el alma encarcelada por la vida. Morirse, corazón, es florecerte en las aras de Dios; ser en el Cielo palma, canción o lumbre inextinguida. Por su misión como padre; si bien su profunda y sincera re­ligiosidad le lleva a acoplar la muerte, «no le teme la carne a la ceniza».Y esta confesa religiosidad, por igual, se manifiesta en el autógrafo que reproducimos de una carta que el poeta remitiera a Alberto López. Poveda. Redoblada sinceridad en verdadero recogimiento espiritual. Vibra su fe. La soledad me ofrenda los frutos y el sabor de lo perfecto. Baja de Dios a mi. como un arcángel, la palabra no dicha. Sí, Me siento alto en la luz, ardido en la esperanza de ver, de nuevo, el Verso del árbol, con sus pájaros dormidos. Sí. Con Dios, a solas, siento lo que dicen los hombres cuando callan, lo que cantan las piedras y el silencio. Ciego a las cosas, llegan a mí las luces todas de lo inmenso. No creemos merezca la pena anotar mayores conclusiones sobre este. En la siguiente imagen, muestreo del hacer de Martínez de Ubeda. Luces y sombras, grandeza y servidumbre, de quien fue el mejor poeta jaénes -re­sidente en las tierras de nacencia- de su época

jueves, 17 de marzo de 2011

NUEVE POEMAS INÉDITOS Y UN AUTÓGRAFO

NUEVE POEMAS INÉDITOS Y UN AUTÓGRAFO




DE JUAN MARTÍNEZ DE ÚBEDA



Por Alberto López Poveda y Manuel Urbano Pérez Ortega





Boletín del Instituto de Estudios Gienenses Julio/Diciembre 2001 - N* 179 - Pags..417-441 - LS-S.N.: 0561-3590







RESUMEN

Junto con una breve noticia bibliográfica, publicamos nueve poemas inéditos y un autógrafo de Juan Martínez de Úbeda, el poeta jienés de mayor calidad de los pertenecientes a la conocida como segunda generación de posguerra, y perfectamente encuadrable entre los garcilasistas.

Los textos, salvo el primero, se encuentran en folios mecanografiados en el archivo particular de Alberto López Poveda. Con este trabajo se pretende funda­mentalmente rescatar unos poemas desconocidos y difundir una parte de su obra menos conocida, la escrita, para concursar en certámenes monográficos y juegos florales, moda decimonónica que reavivara las diversas ins­tancias de la cultura oficial de este tiempo.

* * * *

JUAN Martínez García, Juan Martínez de Úbeda, nace en la ciudad de las cúpulas, de la que adoptara el nombre, el 29 de septiembre de 1916. fa­lleciendo en Linares, el 7 de octubre de 1963. Realiza estudios en el Se­minario de Baeza, los que no tardaría en abandonar, para dedicarse al pe­riodismo en su ciudad natal. Tras la contienda civil, marcha a Valencia, donde publica sus dos primeros libros de poemas -Gresca lírica (1) y Campanas (2)- y tres novelas breves: El alma en los ojos, Eulalia Santqfé y No­ches sin alma (3). En 1949 se traslada, ya para siempre, a Linares, donde ejerce como administrativo y realiza una fecunda y fructífera producción pe­riodística y literaria, con colaboraciones, ante todo, en los periódicos y re­vistas de la provincia y, fundamentalmente por cuanto hace a la poesía, en Úbeda y Linares. En 1952 sale a la luz su último libro de poemas propia­mente dicho, Voz en vuelo (4), al que seguirá un pequeño cuadernito con doce composiciones: Sonetos de amor (5). Un año antes, en 1953, daría a la luz un apretado ensayo en el que patentiza sus devociones literarias y quienes serán sus principales mentores: Tres poetas modernos: Lope de Vega. Gerardo Diego y García Nieto (6). Ya con carácter póstumo, apare­cerá Elegía al pastor de Marmolejo (7), donde en doscientos cincuentaiséis versos canta el hecho cierto de la muerte de un pastorcillo por el intento de que no pereciese uno de sus corderos en la inmensa riada que produjo una tormenta, y con el que obtuvo el Premio Diputación de Jaén en el concurso convocado por el Instituto de Estudios Gienenses. También, un año después de su fallecimiento y con prólogo de Alberto López Poveda, darán a la luz Últimos poemas (8), como por igual iniciativa de un grupo de amigos saldrá Geografía poética de Linares (9), igualmente presentada por López Poveda. Por último, registrar que, en 1991, efectuamos la antología En la voz el ala (10), un prieto recorrido por sus textos aparecidos en libro y, ob­viando aquellos que salieran en revistas, en los que se suele encontrar su obra de mayor madurez, ya que, en la práctica, no publica libro alguno du­rante los doce últimos años de su vida.

No es momento de abundar sobre las características generales de la obra del ubetense, como dicho queda, fácilmente encuadrable en la estética de los garcilasistas, con un regusto por las imágenes y la metáfora, y una intención netamente testimonial y de profundísima y manifiesta religiosidad, de confesión de fe. Nos limitamos, simplemente, a rescatar unos textos descono­cidos -a nuestro juicio rigurosamente inéditos- y los que muestran una fa­ceta muy común en los poetas de su tiempo, la participación en certámenes de píe forzado y en juegos florales. Y a fe que debió ser reiterada su presencia en estas lides, corno bien lo manifiesta un recorte de la linarense revista Cruzada, cuya fecha no hemos podido precisar -¿1957?-, donde se da noticia de que, para entonces, ya había conseguido más de sesenta galardones, entre ellos tres flores naturales y cuatro primeros premios, cantidad que, como es fácil prejuzgar, incrementaría notoriamente.

La primera poesía que reproducimos, «Mi poema de cristal» (11), obtuvo premio en Elche -Alicante, 1940- y. si bien evidencia ser obra de un poeta primerizo, muestra algunas de las que van a ser claves y constantes a lo largo del hacer de su autor; así, su «Anhelo de patria y Dios» y, por tanto, su encuadre dentro de lo que ha venido en llamarse nacionalcatolicismo, y que cuajara ya en plena contienda civil. Asimismo, presenta varias de las que serían sus palabras clave y que utilizará de forma reiterada, muchas veces formando imágenes o metáforas, en la producción posterior -«ala», «voz», o «vuelo»-, cuando no gráficamente figuran en el título de uno de sus libros. Voz en vuelo- Por igual su apuesta por lo que llama «rima natural» y, algo que nos ha sorprendido sobremanera en este romance, el rechazo a los que componen el Romancero Gitano de Federico -«Que no te quiero gitano / con greñas como García / Lorca»-, cuando ellos con clarí­sima evidencia saltan en sus primeros libros.





(1) Gráficas Goya, Valencia. 1943.

(2) Gráficas Gloria, Valencia, 1943.

(3) Edít. Ameller Barcelona.

(4) Gráficas Linarejos, Linares, 1952.

(5) Publicaciones de la Revista Linares; Linares, 1954.

(6) Publicaciones de la Revista Linares; Linares, 1953.

(7) Talleres La Loma, Úbeda. 1964.

(8) Imprenta La Loma; Ubeda, 1964.

(9) Imprenta López; Linares, 1968.

(10) Manuel Urbano. Edít. Diputación Provincial de Jaén, 1991.

(11) Único que no forma parte de la colección de López Poveda. se encuentra en fotocopia en el volumen Artículos de Juan Martínez de Úbeda. conjunto de reproducciones, prosa y verso, existente en la biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses,



Pero, sobre nuestras propias opi­niones, quede el texto íntegro:



MI POEMA DE CRISTAL







Cógelas, que no se vuelen

las alas de la Poesía.



Remolinos de luceros

en las noches de Castilla.





Caracolillos de espuma

sobre la estampa marina.



Mi poema de cristal

no te me vayas en risas... !

Te vi despierto en las noches

sobre tas nubes dormidas.





Y quemado por S. Juan

en la hoguera alicantina...

Te quise coger tas alas

para infundirte mi vida...



Ay, poema de cristal

y estrella de Andalucía...!

¿quién eres que se te siente

y que huyes si te miran?



-Soy el soplo de lo eterno.



Eternidad de la rima

natural, junto a las cruces

en vuelo de golondrinas...

Oro de sol sobre el rubio

trigal de la ancha Castilla.



Azul y sedas de cielo

y mar en Levante... brisas

de azahar tejiendo versos

en telares de campiña...



Oraciones de alborada

y campanarios de ermita...

Anhelo de Patria y Dios

y ángeles en la vigilia

de lo eterno, sobre luces

y entre luceros que brillan...



Ay poema de cristal

no te escapes deprisa...



Que no te quiero mintiendo

palabras de azul mentira.



Que no te quiero gitano

con greñas, como García

Lorca. Que no. Que te quiero

como eres, Frágil, con vida

de eternidad, y alas blancas

para volar.... sin mentira

de cascabeles perleros

ni hogueras entre las brisas.



-¿Quién eres que te me vas

y te me pierdes, si miran...

¿Ángel? ¿Sol? ¿Luz? Golondrina.



¡Ay poema de cristal

no te me vayas en risas

que quiero tu carne joven

para mi nueva Poesía....!



Ay poema de cristal

no te me vayas en risas...





También redactado para algún certamen que nos resulta desconocido -presentado bajo el lema «Yo pregunto»-, es el poema que sigue, compuesto por cincuenta y ocho endecasílabos, su mejor verso. Por igual, nos ha sido im­posible fijar su data, si bien no nos cabe duda que pertenece a la etapa de ma­durez del poeta, ya de neta religiosidad, como en esta ocasión en la que canta el orden de la creación sujeta a la mano divina; aunque, caso infrecuente en su hacer -quizás por el tema propuesto-, se muestra moralizante:









LECCIÓN INICIAL







Y el maestro, mirándonos, queriendo

llenarnos de verdad, habló y nos dijo:

«Pregunto a las espumas ¿por qué guardas

la blonda de tus aguas en el río?

y al Tiempo le pregunto: ¿cómo sabes

hacer las amapolas junto al trigo,

bordar las rosas blancas en los huertos,

mecer las aceitunas del olivo...?



Yo pregunto y responde con presencias

el Tiempo. Yo pregunto, pero el río

me devuelve la espuma recreada

y el huerto se me ofrece en sus lirios:

«He guardado en mi tierra la simiente

y al venir Primavera me he sentido

un arcángel de rosas esperando

florecer sobre mi para ser mío...».



Yo pregunto: ¿por qué, por qué la nube

se bebe las escarchas del camino?

¿por qué las blancas aves adormecen

en silencios la gracia de sus trinos?

¿por qué van las hormigas, silenciosas,

hacinando los granos en sus silos?

¿por qué se nos ocultan en la noche

las alas de los cóndores altivos?



Yo pregunto y responden, casi a coro

las cosas de la tierra: «Somos hilos

en las manos de Dios y sólo damos

aquello que arrancamos cuando fuimos

mineros de raíz bajo la tierra...

Sólo damos aquel grano de trigo

guardado en nuestros vientres cuando andaba

Octubre, con su luz, nuestros caminos...



Como nube te lluevo los sembrados

porque bebo las aguas del olivo...



Como pájaro canto bajo el alba

porque guardo entre plumas ciertos trinos...



A la sombra del árbol, hecho sombra,

miré a mi alrededor. Jugaba un lirio

con el aire aromado de la tarde.

El aire lo tentaba, y dando un grito

el lirio se quedó callado y solo...

Ví volar, otra vez, al aire. Hizo

un hoyo en el jardín, sembrando algo

de flor que rescató. Así ha nacido

en medio de los huertos la sonrisa

virginal de la luz... El viento es vivo

sembrador de la tierra. Guarda y halla

la dulce primavera que se abre

delante de nosotros, como en vilo,



haciéndose plegaria pura el cielo

Y cántico de amor para los niños...».

Y el maestro, mirándonos, queriendo

llenarnos de verdad, por fin, nos dijo:

“Si guardas, hallarás y con lo hallado

tu mano puede ser milagro mismo

llevando hasta los pobres la sonrisa

y el pan de tu callado sacrificio...”





Al igual que el antecedente, el poema que sigue fue escrito y presen­tado a algún concurso bajo plica de «Amor», y es tema que ya ensayara para el galardonado -1958- «Canto a la mujer marteña». Ahora el metro es distinto, el alejandrino pespunteado por algún y muy concreto heptasílabo. El poema, quizás excesivamente retórico, en lo que abundan ciertas rimas in­ternas. vuelve a mostrar la plena aceptación divina, «Todo en Dios recli­nado». a la vez que reitera voces presentes en los más de sus poemas «ar­cángel» -en cuya significación nos detendremos poco después-, «lirio» -en estos contados textos que publicamos aparece doce veces, algo desme­dido-. «geometría» -también de reiterado uso en no pocos de los garcilasistas-; a la par, sobresale lo autobiográfico, la confesión de las modestas ra­íces campesinas del de Úbeda.





CANTO ÍNTIMO A LA MUJER JAENERA







Surgiste de la espuma, del perfumado aliento

de Dios, sobre los montes, y descendiste, niña,

jugando con querubes en paisajes de viña

y olivos verdiblancos. De la brisa y del viento

se te hizo el cabello.



Vuelo de golondrina tu sonrisa primera,

y carbones de un fuego inextinguible era

la doble geometría de tu ojo en destello.



Valle verde amasaba el pan de la caricia

en artesa redonda de ribera florida.

El arcángel bailaba, dulce, sobre la vida

nueva del mayo niño, corazón en primicia.



Todo, en Dios reclinado,

hurgaba con los dedos invisibles el agua,

y el corazón del Santo Reino encendió la fragua

del alba por un nuevo jilguero enamorado.



Ella, lirio nacido en la rama islamita

se arrancó de los labios la caricia del velo.

Axa novia y morena, leve, pintó en el suelo

una cruz redentora. Verso y agua bendita.



¡Ay, niña jaenera,

corazón desprendido del árbol primoroso...!

Sólo el arpa infinita del valle silencioso

sabe la sinfonía de tu fiel primavera.



Sólo el valle y el ángel. Sólo el ángel y el valle

conocen las palomas de tus altos senderos;

y Dios, niña jaenera, que te crea corderos

blancos de castidades, y brisas para el talle

breve de tu figura,

y ventanas azules para ti, la princesa

que domina caminos de Jaén y que besa

el manto de la Virgen. Vino de la llanura

el requiebro caliente del Infante cristiano.

Se incendió de rubores tu cara y prometiste

amar eternamente. A la niña vestiste

de mujer, y en un destello de alianza en tu mano

quemó la fantasía de la novia en espera.

Las doncellas de lirio conversas en esposas

iluminaron huertos donde nacieron rosas

de las siete virtudes. ¡Ay, la niña jaenera!

Humilde, como jara de Tíscar. Diligente

como impaciente yedra de la ermita encalada.

Como cepa de viña, generosa. Ordenada

como el lírico verso de la escondida fuente.

Casta como la luna del véspero impreciso.

Dulce como las mieles del romero aromado.

Alegre como la tarde dorada, en el alado

horizonte violeta, suave como el liso

cielo del mediodía. ¡Ay, la niña jaenera,

hermana de los lirios y del blanco cordero,

asomada a las albas, cuando toca el jilguero

la diana sin nombre de la azul primavera...!

Pero yo no te busco -coro y danzo- en pastira,

ni entre los pinos galantes de la sierra sagrada,

ni en la plática dulce de la ermita callada,

ni en el templo, rezando, ni en molino que gira

cortando redondeles a purezas de ampo.

No te busco. Te tengo. Yo te tengo, jaenera,

en mi madre bonita, bonita cuando era

la hija del peón caminero en el campo.



Cuando casta bordaba en almohadas de hilo

su inicial para el sueño del hombre deseado,

cuando me reclinaba en su pecho, aromado

por la rosa infinita de su rezo tranquilo.



Yo te tengo, jaenera, en mi madre. Rezaba

y juntaba mis manos para la prez con nombre,

mientras cerca cosía una jáquima el hombre

que le dio rosas nuevas al rosal que esperaba.



No te busco. Te tengo. Yo te tengo, jaenera,

en la esposa que borda junto a mí, que sonríe

al trenzar mi piropo, en la niña que ríe

porque canta en el huerto la feliz Primavera.



Ella sabe la copla del silencio dorado

y repite el poema de un inédito libro.

Juntos, lentos, rezamos y con su norma equilibro

la emoción que me lleva más allá del cercado.



Yo te tengo, jaenera, en la fe de la esposa

que trabaja y que reza modelando en su falda

a los niños que crecen. Ella, dulce, enguirnalda

el hogar recién hecho con su risa y su rosa.



¡Ay, la niña jaenera!

¡Ay, la niña pastora de corderos de espuma

por las vegas de invierno! ¡Ay, la lluvia y la bruma!

Pero esperas y cantas. El arcángel te espera







Clara es la falta de texto, pues el poema queda trunco a nuestro juicio.

Y, ahora, un lema que abordará en diversas ocasiones desde su llegada a Linares: así. pongamos por caso, el «Poema del minero», que ya diera en su libro Voz en vuelo, u «Oración para el minero», publicado cu la giennensc revista Advinge (12).





POEMA DEL MINERO







El pueblo tiene yedras

camineras por muros verticales

y campanas lloviendo sus titanes

y corderos balando en las laderas.



El pueblo tiene sol y pan caliente

y rosas con un cántico dormido

y niños como pájaros y lirios

haciendo capiruchos de su nieve,

y novios con la menta

del beso del domingo entre los labios

y cándidas muchachas arrancando

palabras de colores a la niebla.



El pueblo está en lo alto, en el paisaje,

en su alba de oro,

con su luna de vidrio y con su pozo

de agua de cristal bajo la tarde.

Las cosas en el pueblo

son graciosas presencias definidas:

el árbol, un cedazo que tamiza

la luz. Y la plazuela del Convento

una escenografía para el chorro del agua, para el trino

y para el juego alegre de los niños.

Las cosas en el pueblo tienen vida

como el curso azulado del arroyo

y formas como el sauce o la palmera.

Allí donde la luz pone su diestra allí brillan los toros

y las sombras alargan las figuras

del caballo de cobre

y del olivo noble

y de la torre mágica y antigua.



Pero en la mina, el cielo

es un sueño lejano. Queda fuera

con su sol y su nube. Dentro entra

el hombre que se sabe aventurero,

capitán de la sombra,

caminante y juglar de lo distante.



El minero es un Atlas con la tarde

sostenida en los hombros, en la comba

caliente de su cuerpo.



El minero es creador de un mundo antiguo,

poeta de sí mismo,

andante caballero del desierto.

El minero es un ángel de la noche,

marinero en su nave de taranta,

desflorador de selvas habitadas

por serpientes de plata y de carbones.

El minero es un hombre con las sienes

ardidas de heroísmo y de aventura,

ariete de la bruma,

embajador de Dios en lo silente.



Llora sal por los ojos

y rezuma valor por los costados,

cuando el alba derrama sobre el árbol

la lluvia de su luz y de su oro,

cuando el ave se pule

las alas con el viento de la tarde.

El minero es la sangre

de los hombres valientes que discurre

como el agua, soñando las orillas

del mundo donde juegan

las flores y la estrella.

El minero es esquife de una ría

con las aguas de plata,

un Quijote que vence con la lanza

dorada de su vida.

El minero es un mago de la muerte,

vencedor de la sombra.

jinete de la noche, viva rosa,

carne de amor oculta entre la nieve.



Y rezo por su vida

y por la mesa honesta de su casa;

por la esposa que espera, con el alma

subida en las pupilas;

por el hijo pequeño que presiente

la insistente taranta de la ausencia,

por la madre que alienta

por él y para él... ¡Oh Dios, mi breve

palabra se levanta como un mástil

pidiendo Tu merced para el minero!



Tú lo sabes, Señor. No ve tu cielo,

ni la espuma bordada sobre el agua

ni los lirios que crecen en las huertas.



Tú lo sabes, Señor: Por ser minero

es un gris caminante del silencio,

un rezador que canta cuando pena.



Yo te pido, Señor, por él. Te pido

que le llenes la frente

de sueños con estrellas y las sienes

de músicas marcadas con tu ritmo.



Tú lo sabes, Señor... Por ser minero

te lleva por su noche

a las espaldas. Un Cristo entre los hombres.

¡Otro Cristo, Señor, para tu Cielo!



(12) Número 8; mayo de 1953.



Resulta de alta elocuencia este poema escrito en plena época de la po­esía social, donde se soslaya la injusticia y apenas queda patente la pena y el dolor, sólo asoma algo de angustia en la esposa expresada con bella imagen -«la esposa que espera con el alma / subida a las pupilas»-; no hay rebeldía ni humana queja, sólo oración: tampoco hay esperanza como no sea la depositada en la vida eterna.

En el poema siguiente, en el que presumiblemente fallan versos. Martínez de Übeda ensaya el canto, la otrora muy frecuente invocación en los actos literarios de solemnidad pública. Una vez más, el poeta ofrece muestra de su soltura en el manejo del endecasílabo y el heptasílabo en un tema muy escaso en su amplísimo hacer, la mirada en el paisaje, aunque no será este el único que dedique a la hermosura de esta geografía (13). En el poema mecanografiado que poseemos no consta lema alguno, por lo que creemos fue escrito por su autor quizás para su lectura en la ciudad serrana, en septiembre de 1950. donde se le otorgó flor natural.









VOZ PARA CAZORLA







Una música extraña

arcos de viento, ritmos de la sangre,

me ofreció la palabra que me supo

a la miel del romero. ¡Cuánta tarde

florecida, Cazorla! ¡Cuánta magia

divina en los paisajes

y cuánta maravilla en ese cofre

de pino y de cristal!



Cuando se arden

los soles en las piedras de los montes,

en tus labios, Cazorla, y en tus carnes

hay un viento de jara,

un viento virginal que, a vuelo, sabe

tintinear cerezas

y sembrar en las aves

los cánticos que luego se diluyen

incendiando los aires,

floreciendo los huertos de la noche,

inundando de paz los olivares.





¡Oh Cazorla, cautiva,

por bella, en la galera del paisaje,

sola y soñando, junto al río, albas

doradas como arcángeles!



¡Oh Cazorla, vestida

con la clámide blanca para el baile

que ameniza la orquesta de las aguas

cuando silban las flores en sus cauces!





¡Oh Cazarla, rezando

en las aras del monte, dando al aire

la estrofa inacabada

de una mística mítica y suave!





(13) Conocemos: -Cuando digo Cazorla-, que nos ha sido imposible localizar dónde se pu­blicara. y -Rapsodia de Cazorla. La ciudad, la sierra, el río». En Cazorla, Feria y Fiestas. 1951.

















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http://www.villamalea.eu/





Editado por Bartolo_Guijander, Jueves, 2 de Julio de 2009, 10:40

02/Jul/2009 10:30 GMT+1 Perfil · Privado · Web

Bartolo_Guijander

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Desde: 11/Jun/2007 #2 · ▲ RE: NUEVE POEMAS INÉDITOS





Como el anterior, también nos resultó imposible datar el poema que sigue, compuesto por diez décimas, en el que consta el lema de «Ave», y en cuyo cuerpo se cita a Villanueva; por tanto, fue escrito para la Fiesta del Aceite celebrada en ese pueblo en los años 1961 y 1962. En el primer año citado nos consta su presencia literaria, si bien excusó la física por enfer­medad. como que le fue publicada una obra aunque sin su título (14), «Poema del aceite», que presentara bajo el lema «Arcángel». Y es precisa­mente Gabriel, como en tantos otros poemas del de Úbcda, quien da las pa­labras y el mensaje de amor; por tanto, fueron dos poemas con idéntico tra­tamiento. Por último, significamos que, como en tantos otros textos suyos, Juan Martínez recurre a la antigua y muy significativa voz cantiga, compo­sición para el canto.





CANTIGA A LA SEÑORA DEL OLIVAR







El rezo de Primavera

es casi siempre una flor

o el trino de un ruiseñor

que abandona la palmera

cuando avanza la galera

del alba recien nacida.





El olivar cobra vida

de colores y en la enagua

del cerro salpica agua

su perla plural y ardida.

Y es que la rosa se sabe

plegaria de dulce aroma

lo mismo que la paloma

en vuelo se sabe nave

bogando por la suave

mar del cíelo. Todo canta

en torno a la fuente santa

de la Gracia sin dintel.





Eso lo sabe Gabriel,

el arcángel. Su garganta

se floreció cuando vio

a la Virgen nazarena.

Ella estaba como llena

de luz cuando se acercó

San Gabriel. Se levantó

y el arcángel no sabía

cómo decir a María

el mensaje del Señor.

La medida del amor

se la ofreció su alegría.



Bendita fue aquella hora

en que un Paje, descendido

de Dios, le dijo al oído

el mensaje de la Aurora.

Ella se hizo Señora

de la flor y del trigal

y le amaneció un rosal

en las pupilas abiertas

y se le entró por las puertas

una brisa celestial.



Y ahora mi voz pequeña

te quiere, Reina, cantar.

Te veo en el olivar

como niña y como dueña

y cuando subo a la peña

para saberme paisaje

el lirio me da su traje

y el pájaro su gorjeo.

Como San Gabriel me veo

junto a Ti como tu paje.



Palacio de Gracia tiene

tu grandeza en Villanueva

del Arzobispo. Se eleva

como un viento que sostiene

la sonrisa que le viene

de tus ojos soñadores,

y entre trigos y entre flores

nace la voz que te canta,

oh Virgen de la Fuensanta,

refugio de pecadores.

Y rueda un tierno balido

de cordero y trina un ave

y avanza una nube, nave

por el cielo estremecido.

En el campo te ha nacido,

Señora, un dorado altar.

Escenario, el olivar,

campanilla, la aceituna.

Cuando se vaya la luna

vendrá la Luz a oficiar.



Y se alzará de las cosas

un himno de letra nueva

y advertirá Villanueva

que tienen fusas las rosas

y que las cañas graciosas

saben soñar y silbar.

El campo será un juglar

con alas en la garganta,

oh Virgen de la Fuensanta,

Señora del Olivar!



Dirá la oración mil veces

y alcanzará de Ti, Madre,

un aura pura que encuadre

la ternura de sus preces.

Y es que Tú, Señora, creces

luceros en los eriales

y por sendas verticales

alzas lirios al Señor.

Eres molino de amor

en un alba de cristales.



Bendita tú que al mirar

llueves amor y armonía

y despiertas la alegría

del pueblo y del olivar.

Eres santuario y lar

de un Jesús recién nacido,

creadora en su latido,

testigo de su ternura

y caricia en la amargura

de un dolor repetido.









(14) Págs. 27 a 30 de Fiesta del Aceite; Edil. Talleres Diario Jaén. Jaén.



Por igual, destinado a algún certamen -Lema: «Carmen»- de la vecina provincia de Ciudad Real es el poema que sigue, el típico canto con veintisiete tercetos encadenados y un cuarteto final. En él se da cita toda la ima­ginería manchega: molinos, rebaños, Don Quijote, Dulcinea... y, sobre ella, el trigo y la vid, como símbolos eucarísticos en un texto en el que no falta la bella imaginería -«la espiga es un pincel que funde ocres / y amarillos y azules donde luego / se aduermen las cabezas de los soles»-, como se recurre a viejos y personales aciertos -«poema de cristal»-, cuando no deja de reiterar su es­pañolidad, tantas veces manifiesta en el símbolo del Cid.









POEMA DE LA MANCHA







No hace falta que el aspa del molino

multiplique los vientos de las albas

ni que el labio silente de los lirios

construya sus parábolas con agua.



Más allá de la estrella y de la nube,

como siempre, los ángeles se alzan

y llueven en tierra cantos dulces

anunciando el nacer del Cristo eterno.



El molino simbólico produce

la fuerza para el pan de los labriegos

y las rosas anillan en los aires

la cantiga del vino recién hecho.



No hace falta que vengan por la tarde

las esquilas eglógicas. El raudo

cruzar del tiempo es como una sangre

de la Historia que inunda los palacios

y las pobres cabañas de los hombres;

una sangre vital que alegra el campo

y orquesta un aria azul de ruiseñores.

Por los llanos caminos -ancha Mancha,

colectora de lunas y de soles-,

el viejo Don Quijote para y cuaja

poemas de cristal, como si cerca,

en la antigua heredad de la palabra

anduviera la hermosa Dulcinea.

No se muere la luz. De noche a noche

saltando, con un gozo de gacela,

la espiga es un pincel que funde ocres

y amarillos y azules donde luego

se aduermen las cabezas de los soles.

Y delira un arroyo dando al verso

la música infantil de su corriente

y suspira felizmente un jilguero.

No hace falta que los molinos echen

al vuelo sus dulzuras contenidas

ni que el rucio de Sancho se despierte.

El silencio es azul y en él habitan

los ocultos poemas de lo eterno.

Todo es lírico en ti, tierra bendita,

mecida, sin querer, al son del viento,

llevada como en vuelo, como en vilo,

en las palmas graciosas de los versos.

Yo no digo Quijotes con el lirio

de Dios entre los dientes ni tampoco

soñados Dulcineas. Lo que digo

es que tiene la Mancha todo el gozo

de lo Alto en su entraña, todo el sueño

del arcángel pasado entre sus chopos.

Yo no digo Don Quijote, digo tierno

racimo de uvas para Sangre

del Señor en el ara de los templos;

digo espiga de trigos candeales

para el Cuerpo de Cristo. Digo rosas

para el cántico sacro de la tarde.



Oh, sí. Digo las tierras paridoras

de la Mancha. Las madres tierras. Digo

que diste corazón a cañas locas

y hoy se salta tu nombre los caminos

del mundo para hablarles de la España

tremenda de los Cides y del himno

plural de tus espigas, cuando cuaja

la harina en una Forma; cuando densa

el Vino de una Sangre consagrada.



Mancha de tierra. Mancha con ovejas

que tiran sus balidos a la luna.

Mancha de hidalgos nobles, en espera

de que el agua de Dios haga la espuma

en la olla del pobre y crezca el tallo

del pámpano y adorne las alturas

con mágicas estrellas. Cuando hablo,

Mancha, de ti, me acuerdo de cantigas

que duermen en tu piedra y en tu árbol



Me acuerdo de tu Virgen de las Viñas

y un no sé qué clamor y gozo

me eleva sobre mí buscando finas

palabras con que urdir verso hermoso.

No hace falla que el aspa del molino

multiplique los aires. Basta solo

con verte el corazón y oír al vino

cantar en su tinaja... ¡Qué alegría

de copla y de color...! Ya no es preciso

Tomelloso, que suenen las esquilas

al volver de los campos. En tus anchas

tierras de amor, el trigo se hace Vida

y el vino se hace Dios. ¡Oh Mancha Santa!



Quizas como el anterior, el poema que sigue fue escrito para el entonces concurrido certamen de Tomelloso -figura con el lema de «Frentes de oro»-, donde no nos consta que fuera premiado, lo que reafirma nuestra es­tima de ambos como inéditos. Ahora y una vez más, el poeta nos ofrece su facilidad para jugar con los más distintos metros: catorce y siete sílabas, aunque le afean algunos de seis. Y, como siempre, las metáforas rotundas y sonoras: «se retuercen los perros de tus cepas antiguas». La simbología pa­reja al anterior, aunque nos parece un texto de menor calidad que el ante­cedente.









POEMA DE LA LLANURA







¡Oh llanura manchega

con molinos y lunas derramando armonía!

Al abrir con las manos la memoria lejana

se retuercen los perros de tus cepas antiguas,

y los pámpanos cantan sin saber que cantando

van lloviendo alegrías

y fandangos calientes

en las uvas doncellas. La memoria me anima

las palabras augustas.

¡Oh caminos del día

con escarcha y muchachas presintiendo la espiga,

azafranes morados

y caricias debajo de las altas celindas!

La llanura es un lago

de cristal cuando abren las estrellas sus risas.

Don Quijote regresa

de los montes y llora por la rosa perdida...

¡Ay Minaya, la grande,

la callada, en vigilia

bajo el cielo de plata!

¡Ay La Roda, la dulce, la piadosa clarisa

con plegarias de azúcar

en la boca encendida!



¡Oh llanura, llanura

para el potro que sueña libertades sin bridas,

para el verde poeta

soñador de balcones más allá de las cimas...!



Canto, llanos. Os canto

porque tienen las Albas, al nacer, las pupilas

del color de las uvas,

del sabor de las mieles; porque brotan espigas

con un Dios en los granos

de sus trigos encinta;

porque nacen muchas con los ojos de día,

y las frentes de oro

y los labios de almíbar;

porque va Don Quijote, con su lanza y su prisa

encendiendo de cantos

amorosos el pecho de las dueñas dormidas;

porque, al fin, Sancho Panza

come panes de miga

verdadera y exacta. ¡Llanos anchos, el día

se nos abre debajo de los ángeles malvas,

y un hervor de campanas nos anuncia las brisas!





¡Bienvenidos los vinos,

y la copla y la espiga

y el clamor sin fronteras

de la tierra infinita...!





Otra vez Don Quijote, Rocinante y la dueña.

Otra vez otro día...

Primavera, campanas,

trigos verdes, vendimia...

La llanura es un ancho mar de cepas dormidas.

Oleaje de aves

con las alas sin brida...

de los pámpanos verdes,

de las novias con prisa...





O Llanura, llanura

de Minaya, santa Marta, La Roda...!

La espiga

con su Pan en los granos....

y la uva dorada con su Vino y su risa.





Pan de trigos morenos.

Vino rubio de uvas. ¡Pan y Vino! ¡La vida

de Jesús en el Llano!

¡OH LA EUCARISTÍA!





¡Oh llanura manchega

con molinos y lunas derramando armonía...!





Por igual inédito y nuestra estima de que es uno de los últimos poemas que escribiera Juan Martínez cuando, ya enfermo de cáncer de garganta, se le asomaba la muerte. Un texto sincero, tremendo.









POEMA PARA NOVIEMBRE MORIR







Yo no quiero morir porque otras vidas

-las ramas de mi tronco- me detienen;

porque brilla la luz y tengo sombra;

porque adoro a mi Dios y porque es verde

el agua de los mares y son blancas

las nubes; porque amo; porque tienen

risas las rosas y músicas los aires.

Yo no quiero morir, pero si, aleve,

la muerte desdibuja mis mañanas,

y se troncha mi tronco, y de repente

la rosa cambia de color, y el aire

se me va de la vida, seré fuerte

y diré con la voz que no haya muerto:



¡Gracias, Señor por esta vida breve!

Quiero vivir por estas ramas mías

que huelen a naranjo. Por las fuentes

que cantan, por los besos, por las canas

de otros troncos antiguos; pero tiene

mi raíz una voz que está muy cerca

de la voz del Señor y no le teme

la carne a la cenizo, ¡No es tan duro

dormirse junto a Dios sobre la muerte!





Sorprende cómo estos endecasílabos vienen a coincidir, prácticamente. con dos sonetos que, años antes, publicara en la revista Linares (16), con tí­tulo similar, «Poema en noviembre»



(17), aunque este texto que rescatamos, tan coincidente, nos parece de mayor tensión lírica- El poeta se aferra a la

(16) Núm 40; Linares, octubre de 1954,



Creemos aconsejable reproducirlos:





-I-

Yo no quiero morirme todavía.

No me quiero morir, porque me siento

la savia por los huesos, y el aliento

encendido de color y armonía.





No me quiero morir mientras sonría

este niño plural que busca un cuento

de hadas en mis labios y alimento

de Dios en mi silente hospedería.





Cuando sean mis pájaros capaces

de volar con sus alas, dame. Muerte,

la muerte que me sirva para el vuelo;

pero míralos. Muerte; son rapaces,

florecillas en leche, cuya suerte

depende de mí voz y mi desvelo.





-II-

No temas, corazón, Morir es darse

a la tierra mullida y olorosa;

caer, como los trigos, o sembrarse

en un carmen con sol, como la rosa.





Morir es, corazón, caer y alzarse;

hacerse Nada y Todo; ser graciosa

paloma del Señor, al elevarse,

a tronco sin raíz en tierra umbrosa.





No temas, corazón, que vida es muerte,

porque sólo muriendo tiene vuelo

el alma encarcelada por la vida.

Morirse, corazón, es florecerte

en las aras de Dios; ser en el Cielo

palma, canción o lumbre inextinguida.



Por su misión como padre; si bien su profunda y sincera re­ligiosidad le lleva a acoplar la muerte, «no le teme la carne a la ceniza».Y esta confesa religiosidad, por igual, se manifiesta en el autógrafo que reproducimos de una carta que el poeta remitiera a Alberto López. Poveda. Redoblada sinceridad en verdadero recogimiento espiritual. Vibra su fe.





La soledad me ofrenda

los frutos y el sabor de lo perfecto.

Baja de Dios a mi. como un arcángel,

la palabra no dicha. Sí, Me siento

alto en la luz, ardido en la esperanza

de ver, de nuevo, el Verso

del árbol, con sus pájaros dormidos.





Sí. Con Dios, a solas, siento

lo que dicen los hombres cuando callan,

lo que cantan las piedras y el silencio.

Ciego a las cosas, llegan

a mí las luces todas de lo inmenso.





No creemos merezca la pena anotar mayores conclusiones sobre este.



En la siguiente imagen, muestreo del hacer de Martínez de Ubeda. Luces y sombras, grandeza y servidumbre, de quien fue el mejor poeta jaénes -re­sidente en las tierras de nacencia- de su época:

























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http://www.villamale

martes, 17 de agosto de 2010

http://www.villamalea.eu/relatos/juanmaubeda.php

http://www.villamalea.eu/relatos/juanmaubeda.php

NUEVE POEMAS INÉDITOS Y UN AUTÓGRAFO

NUEVE POEMAS INÉDITOS Y UN AUTÓGRAFO




DE JUAN MARTÍNEZ DE ÚBEDA



Por Alberto López Poveda y Manuel Urbano Pérez Ortega





Boletín del Instituto de Estudios Gienenses Julio/Diciembre 2001 - N* 179 - Pags..417-441 - LS-S.N.: 0561-3590







RESUMEN

Junto con una breve noticia bibliográfica, publicamos nueve poemas inéditos y un autógrafo de Juan Martínez de Úbeda, el poeta jienés de mayor calidad de los pertenecientes a la conocida como segunda generación de posguerra, y perfectamente encuadrable entre los garcilasistas.

Los textos, salvo el primero, se encuentran en folios mecanografiados en el archivo particular de Alberto López Poveda. Con este trabajo se pretende funda­mentalmente rescatar unos poemas desconocidos y difundir una parte de su obra menos conocida, la escrita, para concursar en certámenes monográficos y juegos florales, moda decimonónica que reavivara las diversas ins­tancias de la cultura oficial de este tiempo.

* * * *

JUAN Martínez García, Juan Martínez de Úbeda, nace en la ciudad de las cúpulas, de la que adoptara el nombre, el 29 de septiembre de 1916. fa­lleciendo en Linares, el 7 de octubre de 1963. Realiza estudios en el Se­minario de Baeza, los que no tardaría en abandonar, para dedicarse al pe­riodismo en su ciudad natal. Tras la contienda civil, marcha a Valencia, donde publica sus dos primeros libros de poemas -Gresca lírica (1) y Campanas (2)- y tres novelas breves: El alma en los ojos, Eulalia Santqfé y No­ches sin alma (3). En 1949 se traslada, ya para siempre, a Linares, donde ejerce como administrativo y realiza una fecunda y fructífera producción pe­riodística y literaria, con colaboraciones, ante todo, en los periódicos y re­vistas de la provincia y, fundamentalmente por cuanto hace a la poesía, en Úbeda y Linares. En 1952 sale a la luz su último libro de poemas propia­mente dicho, Voz en vuelo (4), al que seguirá un pequeño cuadernito con doce composiciones: Sonetos de amor (5). Un año antes, en 1953, daría a la luz un apretado ensayo en el que patentiza sus devociones literarias y quienes serán sus principales mentores: Tres poetas modernos: Lope de Vega. Gerardo Diego y García Nieto (6). Ya con carácter póstumo, apare­cerá Elegía al pastor de Marmolejo (7), donde en doscientos cincuentaiséis versos canta el hecho cierto de la muerte de un pastorcillo por el intento de que no pereciese uno de sus corderos en la inmensa riada que produjo una tormenta, y con el que obtuvo el Premio Diputación de Jaén en el concurso convocado por el Instituto de Estudios Gienenses. También, un año después de su fallecimiento y con prólogo de Alberto López Poveda, darán a la luz Últimos poemas (8), como por igual iniciativa de un grupo de amigos saldrá Geografía poética de Linares (9), igualmente presentada por López Poveda. Por último, registrar que, en 1991, efectuamos la antología En la voz el ala (10), un prieto recorrido por sus textos aparecidos en libro y, ob­viando aquellos que salieran en revistas, en los que se suele encontrar su obra de mayor madurez, ya que, en la práctica, no publica libro alguno du­rante los doce últimos años de su vida.

No es momento de abundar sobre las características generales de la obra del ubetense, como dicho queda, fácilmente encuadrable en la estética de los garcilasistas, con un regusto por las imágenes y la metáfora, y una intención netamente testimonial y de profundísima y manifiesta religiosidad, de confesión de fe. Nos limitamos, simplemente, a rescatar unos textos descono­cidos -a nuestro juicio rigurosamente inéditos- y los que muestran una fa­ceta muy común en los poetas de su tiempo, la participación en certámenes de píe forzado y en juegos florales. Y a fe que debió ser reiterada su presencia en estas lides, corno bien lo manifiesta un recorte de la linarense revista Cruzada, cuya fecha no hemos podido precisar -¿1957?-, donde se da noticia de que, para entonces, ya había conseguido más de sesenta galardones, entre ellos tres flores naturales y cuatro primeros premios, cantidad que, como es fácil prejuzgar, incrementaría notoriamente.

La primera poesía que reproducimos, «Mi poema de cristal» (11), obtuvo premio en Elche -Alicante, 1940- y. si bien evidencia ser obra de un poeta primerizo, muestra algunas de las que van a ser claves y constantes a lo largo del hacer de su autor; así, su «Anhelo de patria y Dios» y, por tanto, su encuadre dentro de lo que ha venido en llamarse nacionalcatolicismo, y que cuajara ya en plena contienda civil. Asimismo, presenta varias de las que serían sus palabras clave y que utilizará de forma reiterada, muchas veces formando imágenes o metáforas, en la producción posterior -«ala», «voz», o «vuelo»-, cuando no gráficamente figuran en el título de uno de sus libros. Voz en vuelo- Por igual su apuesta por lo que llama «rima natural» y, algo que nos ha sorprendido sobremanera en este romance, el rechazo a los que componen el Romancero Gitano de Federico -«Que no te quiero gitano / con greñas como García / Lorca»-, cuando ellos con clarí­sima evidencia saltan en sus primeros libros.





(1) Gráficas Goya, Valencia. 1943.

(2) Gráficas Gloria, Valencia, 1943.

(3) Edít. Ameller Barcelona.

(4) Gráficas Linarejos, Linares, 1952.

(5) Publicaciones de la Revista Linares; Linares, 1954.

(6) Publicaciones de la Revista Linares; Linares, 1953.

(7) Talleres La Loma, Úbeda. 1964.

(8) Imprenta La Loma; Ubeda, 1964.

(9) Imprenta López; Linares, 1968.

(10) Manuel Urbano. Edít. Diputación Provincial de Jaén, 1991.

(11) Único que no forma parte de la colección de López Poveda. se encuentra en fotocopia en el volumen Artículos de Juan Martínez de Úbeda. conjunto de reproducciones, prosa y verso, existente en la biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses,



Pero, sobre nuestras propias opi­niones, quede el texto íntegro:



MI POEMA DE CRISTAL







Cógelas, que no se vuelen

las alas de la Poesía.



Remolinos de luceros

en las noches de Castilla.





Caracolillos de espuma

sobre la estampa marina.



Mi poema de cristal

no te me vayas en risas... !

Te vi despierto en las noches

sobre tas nubes dormidas.





Y quemado por S. Juan

en la hoguera alicantina...

Te quise coger tas alas

para infundirte mi vida...



Ay, poema de cristal

y estrella de Andalucía...!

¿quién eres que se te siente

y que huyes si te miran?



-Soy el soplo de lo eterno.



Eternidad de la rima

natural, junto a las cruces

en vuelo de golondrinas...

Oro de sol sobre el rubio

trigal de la ancha Castilla.



Azul y sedas de cielo

y mar en Levante... brisas

de azahar tejiendo versos

en telares de campiña...



Oraciones de alborada

y campanarios de ermita...

Anhelo de Patria y Dios

y ángeles en la vigilia

de lo eterno, sobre luces

y entre luceros que brillan...



Ay poema de cristal

no te escapes deprisa...



Que no te quiero mintiendo

palabras de azul mentira.



Que no te quiero gitano

con greñas, como García

Lorca. Que no. Que te quiero

como eres, Frágil, con vida

de eternidad, y alas blancas

para volar.... sin mentira

de cascabeles perleros

ni hogueras entre las brisas.



-¿Quién eres que te me vas

y te me pierdes, si miran...

¿Ángel? ¿Sol? ¿Luz? Golondrina.



¡Ay poema de cristal

no te me vayas en risas

que quiero tu carne joven

para mi nueva Poesía....!



Ay poema de cristal

no te me vayas en risas...





También redactado para algún certamen que nos resulta desconocido -presentado bajo el lema «Yo pregunto»-, es el poema que sigue, compuesto por cincuenta y ocho endecasílabos, su mejor verso. Por igual, nos ha sido im­posible fijar su data, si bien no nos cabe duda que pertenece a la etapa de ma­durez del poeta, ya de neta religiosidad, como en esta ocasión en la que canta el orden de la creación sujeta a la mano divina; aunque, caso infrecuente en su hacer -quizás por el tema propuesto-, se muestra moralizante:









LECCIÓN INICIAL







Y el maestro, mirándonos, queriendo

llenarnos de verdad, habló y nos dijo:

«Pregunto a las espumas ¿por qué guardas

la blonda de tus aguas en el río?

y al Tiempo le pregunto: ¿cómo sabes

hacer las amapolas junto al trigo,

bordar las rosas blancas en los huertos,

mecer las aceitunas del olivo...?



Yo pregunto y responde con presencias

el Tiempo. Yo pregunto, pero el río

me devuelve la espuma recreada

y el huerto se me ofrece en sus lirios:

«He guardado en mi tierra la simiente

y al venir Primavera me he sentido

un arcángel de rosas esperando

florecer sobre mi para ser mío...».



Yo pregunto: ¿por qué, por qué la nube

se bebe las escarchas del camino?

¿por qué las blancas aves adormecen

en silencios la gracia de sus trinos?

¿por qué van las hormigas, silenciosas,

hacinando los granos en sus silos?

¿por qué se nos ocultan en la noche

las alas de los cóndores altivos?



Yo pregunto y responden, casi a coro

las cosas de la tierra: «Somos hilos

en las manos de Dios y sólo damos

aquello que arrancamos cuando fuimos

mineros de raíz bajo la tierra...

Sólo damos aquel grano de trigo

guardado en nuestros vientres cuando andaba

Octubre, con su luz, nuestros caminos...



Como nube te lluevo los sembrados

porque bebo las aguas del olivo...



Como pájaro canto bajo el alba

porque guardo entre plumas ciertos trinos...



A la sombra del árbol, hecho sombra,

miré a mi alrededor. Jugaba un lirio

con el aire aromado de la tarde.

El aire lo tentaba, y dando un grito

el lirio se quedó callado y solo...

Ví volar, otra vez, al aire. Hizo

un hoyo en el jardín, sembrando algo

de flor que rescató. Así ha nacido

en medio de los huertos la sonrisa

virginal de la luz... El viento es vivo

sembrador de la tierra. Guarda y halla

la dulce primavera que se abre

delante de nosotros, como en vilo,



haciéndose plegaria pura el cielo

Y cántico de amor para los niños...».

Y el maestro, mirándonos, queriendo

llenarnos de verdad, por fin, nos dijo:

“Si guardas, hallarás y con lo hallado

tu mano puede ser milagro mismo

llevando hasta los pobres la sonrisa

y el pan de tu callado sacrificio...”





Al igual que el antecedente, el poema que sigue fue escrito y presen­tado a algún concurso bajo plica de «Amor», y es tema que ya ensayara para el galardonado -1958- «Canto a la mujer marteña». Ahora el metro es distinto, el alejandrino pespunteado por algún y muy concreto heptasílabo. El poema, quizás excesivamente retórico, en lo que abundan ciertas rimas in­ternas. vuelve a mostrar la plena aceptación divina, «Todo en Dios recli­nado». a la vez que reitera voces presentes en los más de sus poemas «ar­cángel» -en cuya significación nos detendremos poco después-, «lirio» -en estos contados textos que publicamos aparece doce veces, algo desme­dido-. «geometría» -también de reiterado uso en no pocos de los garcilasistas-; a la par, sobresale lo autobiográfico, la confesión de las modestas ra­íces campesinas del de Úbeda.





CANTO ÍNTIMO A LA MUJER JAENERA







Surgiste de la espuma, del perfumado aliento

de Dios, sobre los montes, y descendiste, niña,

jugando con querubes en paisajes de viña

y olivos verdiblancos. De la brisa y del viento

se te hizo el cabello.



Vuelo de golondrina tu sonrisa primera,

y carbones de un fuego inextinguible era

la doble geometría de tu ojo en destello.



Valle verde amasaba el pan de la caricia

en artesa redonda de ribera florida.

El arcángel bailaba, dulce, sobre la vida

nueva del mayo niño, corazón en primicia.



Todo, en Dios reclinado,

hurgaba con los dedos invisibles el agua,

y el corazón del Santo Reino encendió la fragua

del alba por un nuevo jilguero enamorado.



Ella, lirio nacido en la rama islamita

se arrancó de los labios la caricia del velo.

Axa novia y morena, leve, pintó en el suelo

una cruz redentora. Verso y agua bendita.



¡Ay, niña jaenera,

corazón desprendido del árbol primoroso...!

Sólo el arpa infinita del valle silencioso

sabe la sinfonía de tu fiel primavera.



Sólo el valle y el ángel. Sólo el ángel y el valle

conocen las palomas de tus altos senderos;

y Dios, niña jaenera, que te crea corderos

blancos de castidades, y brisas para el talle

breve de tu figura,

y ventanas azules para ti, la princesa

que domina caminos de Jaén y que besa

el manto de la Virgen. Vino de la llanura

el requiebro caliente del Infante cristiano.

Se incendió de rubores tu cara y prometiste

amar eternamente. A la niña vestiste

de mujer, y en un destello de alianza en tu mano

quemó la fantasía de la novia en espera.

Las doncellas de lirio conversas en esposas

iluminaron huertos donde nacieron rosas

de las siete virtudes. ¡Ay, la niña jaenera!

Humilde, como jara de Tíscar. Diligente

como impaciente yedra de la ermita encalada.

Como cepa de viña, generosa. Ordenada

como el lírico verso de la escondida fuente.

Casta como la luna del véspero impreciso.

Dulce como las mieles del romero aromado.

Alegre como la tarde dorada, en el alado

horizonte violeta, suave como el liso

cielo del mediodía. ¡Ay, la niña jaenera,

hermana de los lirios y del blanco cordero,

asomada a las albas, cuando toca el jilguero

la diana sin nombre de la azul primavera...!

Pero yo no te busco -coro y danzo- en pastira,

ni entre los pinos galantes de la sierra sagrada,

ni en la plática dulce de la ermita callada,

ni en el templo, rezando, ni en molino que gira

cortando redondeles a purezas de ampo.

No te busco. Te tengo. Yo te tengo, jaenera,

en mi madre bonita, bonita cuando era

la hija del peón caminero en el campo.



Cuando casta bordaba en almohadas de hilo

su inicial para el sueño del hombre deseado,

cuando me reclinaba en su pecho, aromado

por la rosa infinita de su rezo tranquilo.



Yo te tengo, jaenera, en mi madre. Rezaba

y juntaba mis manos para la prez con nombre,

mientras cerca cosía una jáquima el hombre

que le dio rosas nuevas al rosal que esperaba.



No te busco. Te tengo. Yo te tengo, jaenera,

en la esposa que borda junto a mí, que sonríe

al trenzar mi piropo, en la niña que ríe

porque canta en el huerto la feliz Primavera.



Ella sabe la copla del silencio dorado

y repite el poema de un inédito libro.

Juntos, lentos, rezamos y con su norma equilibro

la emoción que me lleva más allá del cercado.



Yo te tengo, jaenera, en la fe de la esposa

que trabaja y que reza modelando en su falda

a los niños que crecen. Ella, dulce, enguirnalda

el hogar recién hecho con su risa y su rosa.



¡Ay, la niña jaenera!

¡Ay, la niña pastora de corderos de espuma

por las vegas de invierno! ¡Ay, la lluvia y la bruma!

Pero esperas y cantas. El arcángel te espera







Clara es la falta de texto, pues el poema queda trunco a nuestro juicio.

Y, ahora, un lema que abordará en diversas ocasiones desde su llegada a Linares: así. pongamos por caso, el «Poema del minero», que ya diera en su libro Voz en vuelo, u «Oración para el minero», publicado cu la giennensc revista Advinge (12).





POEMA DEL MINERO







El pueblo tiene yedras

camineras por muros verticales

y campanas lloviendo sus titanes

y corderos balando en las laderas.



El pueblo tiene sol y pan caliente

y rosas con un cántico dormido

y niños como pájaros y lirios

haciendo capiruchos de su nieve,

y novios con la menta

del beso del domingo entre los labios

y cándidas muchachas arrancando

palabras de colores a la niebla.



El pueblo está en lo alto, en el paisaje,

en su alba de oro,

con su luna de vidrio y con su pozo

de agua de cristal bajo la tarde.

Las cosas en el pueblo

son graciosas presencias definidas:

el árbol, un cedazo que tamiza

la luz. Y la plazuela del Convento

una escenografía para el chorro del agua, para el trino

y para el juego alegre de los niños.

Las cosas en el pueblo tienen vida

como el curso azulado del arroyo

y formas como el sauce o la palmera.

Allí donde la luz pone su diestra allí brillan los toros

y las sombras alargan las figuras

del caballo de cobre

y del olivo noble

y de la torre mágica y antigua.



Pero en la mina, el cielo

es un sueño lejano. Queda fuera

con su sol y su nube. Dentro entra

el hombre que se sabe aventurero,

capitán de la sombra,

caminante y juglar de lo distante.



El minero es un Atlas con la tarde

sostenida en los hombros, en la comba

caliente de su cuerpo.



El minero es creador de un mundo antiguo,

poeta de sí mismo,

andante caballero del desierto.

El minero es un ángel de la noche,

marinero en su nave de taranta,

desflorador de selvas habitadas

por serpientes de plata y de carbones.

El minero es un hombre con las sienes

ardidas de heroísmo y de aventura,

ariete de la bruma,

embajador de Dios en lo silente.



Llora sal por los ojos

y rezuma valor por los costados,

cuando el alba derrama sobre el árbol

la lluvia de su luz y de su oro,

cuando el ave se pule

las alas con el viento de la tarde.

El minero es la sangre

de los hombres valientes que discurre

como el agua, soñando las orillas

del mundo donde juegan

las flores y la estrella.

El minero es esquife de una ría

con las aguas de plata,

un Quijote que vence con la lanza

dorada de su vida.

El minero es un mago de la muerte,

vencedor de la sombra.

jinete de la noche, viva rosa,

carne de amor oculta entre la nieve.



Y rezo por su vida

y por la mesa honesta de su casa;

por la esposa que espera, con el alma

subida en las pupilas;

por el hijo pequeño que presiente

la insistente taranta de la ausencia,

por la madre que alienta

por él y para él... ¡Oh Dios, mi breve

palabra se levanta como un mástil

pidiendo Tu merced para el minero!



Tú lo sabes, Señor. No ve tu cielo,

ni la espuma bordada sobre el agua

ni los lirios que crecen en las huertas.



Tú lo sabes, Señor: Por ser minero

es un gris caminante del silencio,

un rezador que canta cuando pena.



Yo te pido, Señor, por él. Te pido

que le llenes la frente

de sueños con estrellas y las sienes

de músicas marcadas con tu ritmo.



Tú lo sabes, Señor... Por ser minero

te lleva por su noche

a las espaldas. Un Cristo entre los hombres.

¡Otro Cristo, Señor, para tu Cielo!



(12) Número 8; mayo de 1953.



Resulta de alta elocuencia este poema escrito en plena época de la po­esía social, donde se soslaya la injusticia y apenas queda patente la pena y el dolor, sólo asoma algo de angustia en la esposa expresada con bella imagen -«la esposa que espera con el alma / subida a las pupilas»-; no hay rebeldía ni humana queja, sólo oración: tampoco hay esperanza como no sea la depositada en la vida eterna.

En el poema siguiente, en el que presumiblemente fallan versos. Martínez de Übeda ensaya el canto, la otrora muy frecuente invocación en los actos literarios de solemnidad pública. Una vez más, el poeta ofrece muestra de su soltura en el manejo del endecasílabo y el heptasílabo en un tema muy escaso en su amplísimo hacer, la mirada en el paisaje, aunque no será este el único que dedique a la hermosura de esta geografía (13). En el poema mecanografiado que poseemos no consta lema alguno, por lo que creemos fue escrito por su autor quizás para su lectura en la ciudad serrana, en septiembre de 1950. donde se le otorgó flor natural.









VOZ PARA CAZORLA







Una música extraña

arcos de viento, ritmos de la sangre,

me ofreció la palabra que me supo

a la miel del romero. ¡Cuánta tarde

florecida, Cazorla! ¡Cuánta magia

divina en los paisajes

y cuánta maravilla en ese cofre

de pino y de cristal!



Cuando se arden

los soles en las piedras de los montes,

en tus labios, Cazorla, y en tus carnes

hay un viento de jara,

un viento virginal que, a vuelo, sabe

tintinear cerezas

y sembrar en las aves

los cánticos que luego se diluyen

incendiando los aires,

floreciendo los huertos de la noche,

inundando de paz los olivares.





¡Oh Cazorla, cautiva,

por bella, en la galera del paisaje,

sola y soñando, junto al río, albas

doradas como arcángeles!



¡Oh Cazorla, vestida

con la clámide blanca para el baile

que ameniza la orquesta de las aguas

cuando silban las flores en sus cauces!





¡Oh Cazarla, rezando

en las aras del monte, dando al aire

la estrofa inacabada

de una mística mítica y suave!





(13) Conocemos: -Cuando digo Cazorla-, que nos ha sido imposible localizar dónde se pu­blicara. y -Rapsodia de Cazorla. La ciudad, la sierra, el río». En Cazorla, Feria y Fiestas. 1951.

















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http://www.villamalea.eu/





Editado por Bartolo_Guijander, Jueves, 2 de Julio de 2009, 10:40

02/Jul/2009 10:30 GMT+1 Perfil · Privado · Web

Bartolo_Guijander

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Desde: 11/Jun/2007 #2 · ▲ RE: NUEVE POEMAS INÉDITOS





Como el anterior, también nos resultó imposible datar el poema que sigue, compuesto por diez décimas, en el que consta el lema de «Ave», y en cuyo cuerpo se cita a Villanueva; por tanto, fue escrito para la Fiesta del Aceite celebrada en ese pueblo en los años 1961 y 1962. En el primer año citado nos consta su presencia literaria, si bien excusó la física por enfer­medad. como que le fue publicada una obra aunque sin su título (14), «Poema del aceite», que presentara bajo el lema «Arcángel». Y es precisa­mente Gabriel, como en tantos otros poemas del de Úbcda, quien da las pa­labras y el mensaje de amor; por tanto, fueron dos poemas con idéntico tra­tamiento. Por último, significamos que, como en tantos otros textos suyos, Juan Martínez recurre a la antigua y muy significativa voz cantiga, compo­sición para el canto.





CANTIGA A LA SEÑORA DEL OLIVAR







El rezo de Primavera

es casi siempre una flor

o el trino de un ruiseñor

que abandona la palmera

cuando avanza la galera

del alba recien nacida.





El olivar cobra vida

de colores y en la enagua

del cerro salpica agua

su perla plural y ardida.

Y es que la rosa se sabe

plegaria de dulce aroma

lo mismo que la paloma

en vuelo se sabe nave

bogando por la suave

mar del cíelo. Todo canta

en torno a la fuente santa

de la Gracia sin dintel.





Eso lo sabe Gabriel,

el arcángel. Su garganta

se floreció cuando vio

a la Virgen nazarena.

Ella estaba como llena

de luz cuando se acercó

San Gabriel. Se levantó

y el arcángel no sabía

cómo decir a María

el mensaje del Señor.

La medida del amor

se la ofreció su alegría.



Bendita fue aquella hora

en que un Paje, descendido

de Dios, le dijo al oído

el mensaje de la Aurora.

Ella se hizo Señora

de la flor y del trigal

y le amaneció un rosal

en las pupilas abiertas

y se le entró por las puertas

una brisa celestial.



Y ahora mi voz pequeña

te quiere, Reina, cantar.

Te veo en el olivar

como niña y como dueña

y cuando subo a la peña

para saberme paisaje

el lirio me da su traje

y el pájaro su gorjeo.

Como San Gabriel me veo

junto a Ti como tu paje.



Palacio de Gracia tiene

tu grandeza en Villanueva

del Arzobispo. Se eleva

como un viento que sostiene

la sonrisa que le viene

de tus ojos soñadores,

y entre trigos y entre flores

nace la voz que te canta,

oh Virgen de la Fuensanta,

refugio de pecadores.

Y rueda un tierno balido

de cordero y trina un ave

y avanza una nube, nave

por el cielo estremecido.

En el campo te ha nacido,

Señora, un dorado altar.

Escenario, el olivar,

campanilla, la aceituna.

Cuando se vaya la luna

vendrá la Luz a oficiar.



Y se alzará de las cosas

un himno de letra nueva

y advertirá Villanueva

que tienen fusas las rosas

y que las cañas graciosas

saben soñar y silbar.

El campo será un juglar

con alas en la garganta,

oh Virgen de la Fuensanta,

Señora del Olivar!



Dirá la oración mil veces

y alcanzará de Ti, Madre,

un aura pura que encuadre

la ternura de sus preces.

Y es que Tú, Señora, creces

luceros en los eriales

y por sendas verticales

alzas lirios al Señor.

Eres molino de amor

en un alba de cristales.



Bendita tú que al mirar

llueves amor y armonía

y despiertas la alegría

del pueblo y del olivar.

Eres santuario y lar

de un Jesús recién nacido,

creadora en su latido,

testigo de su ternura

y caricia en la amargura

de un dolor repetido.









(14) Págs. 27 a 30 de Fiesta del Aceite; Edil. Talleres Diario Jaén. Jaén.



Por igual, destinado a algún certamen -Lema: «Carmen»- de la vecina provincia de Ciudad Real es el poema que sigue, el típico canto con veintisiete tercetos encadenados y un cuarteto final. En él se da cita toda la ima­ginería manchega: molinos, rebaños, Don Quijote, Dulcinea... y, sobre ella, el trigo y la vid, como símbolos eucarísticos en un texto en el que no falta la bella imaginería -«la espiga es un pincel que funde ocres / y amarillos y azules donde luego / se aduermen las cabezas de los soles»-, como se recurre a viejos y personales aciertos -«poema de cristal»-, cuando no deja de reiterar su es­pañolidad, tantas veces manifiesta en el símbolo del Cid.









POEMA DE LA MANCHA







No hace falta que el aspa del molino

multiplique los vientos de las albas

ni que el labio silente de los lirios

construya sus parábolas con agua.



Más allá de la estrella y de la nube,

como siempre, los ángeles se alzan

y llueven en tierra cantos dulces

anunciando el nacer del Cristo eterno.



El molino simbólico produce

la fuerza para el pan de los labriegos

y las rosas anillan en los aires

la cantiga del vino recién hecho.



No hace falta que vengan por la tarde

las esquilas eglógicas. El raudo

cruzar del tiempo es como una sangre

de la Historia que inunda los palacios

y las pobres cabañas de los hombres;

una sangre vital que alegra el campo

y orquesta un aria azul de ruiseñores.

Por los llanos caminos -ancha Mancha,

colectora de lunas y de soles-,

el viejo Don Quijote para y cuaja

poemas de cristal, como si cerca,

en la antigua heredad de la palabra

anduviera la hermosa Dulcinea.

No se muere la luz. De noche a noche

saltando, con un gozo de gacela,

la espiga es un pincel que funde ocres

y amarillos y azules donde luego

se aduermen las cabezas de los soles.

Y delira un arroyo dando al verso

la música infantil de su corriente

y suspira felizmente un jilguero.

No hace falta que los molinos echen

al vuelo sus dulzuras contenidas

ni que el rucio de Sancho se despierte.

El silencio es azul y en él habitan

los ocultos poemas de lo eterno.

Todo es lírico en ti, tierra bendita,

mecida, sin querer, al son del viento,

llevada como en vuelo, como en vilo,

en las palmas graciosas de los versos.

Yo no digo Quijotes con el lirio

de Dios entre los dientes ni tampoco

soñados Dulcineas. Lo que digo

es que tiene la Mancha todo el gozo

de lo Alto en su entraña, todo el sueño

del arcángel pasado entre sus chopos.

Yo no digo Don Quijote, digo tierno

racimo de uvas para Sangre

del Señor en el ara de los templos;

digo espiga de trigos candeales

para el Cuerpo de Cristo. Digo rosas

para el cántico sacro de la tarde.



Oh, sí. Digo las tierras paridoras

de la Mancha. Las madres tierras. Digo

que diste corazón a cañas locas

y hoy se salta tu nombre los caminos

del mundo para hablarles de la España

tremenda de los Cides y del himno

plural de tus espigas, cuando cuaja

la harina en una Forma; cuando densa

el Vino de una Sangre consagrada.



Mancha de tierra. Mancha con ovejas

que tiran sus balidos a la luna.

Mancha de hidalgos nobles, en espera

de que el agua de Dios haga la espuma

en la olla del pobre y crezca el tallo

del pámpano y adorne las alturas

con mágicas estrellas. Cuando hablo,

Mancha, de ti, me acuerdo de cantigas

que duermen en tu piedra y en tu árbol



Me acuerdo de tu Virgen de las Viñas

y un no sé qué clamor y gozo

me eleva sobre mí buscando finas

palabras con que urdir verso hermoso.

No hace falla que el aspa del molino

multiplique los aires. Basta solo

con verte el corazón y oír al vino

cantar en su tinaja... ¡Qué alegría

de copla y de color...! Ya no es preciso

Tomelloso, que suenen las esquilas

al volver de los campos. En tus anchas

tierras de amor, el trigo se hace Vida

y el vino se hace Dios. ¡Oh Mancha Santa!



Quizas como el anterior, el poema que sigue fue escrito para el entonces concurrido certamen de Tomelloso -figura con el lema de «Frentes de oro»-, donde no nos consta que fuera premiado, lo que reafirma nuestra es­tima de ambos como inéditos. Ahora y una vez más, el poeta nos ofrece su facilidad para jugar con los más distintos metros: catorce y siete sílabas, aunque le afean algunos de seis. Y, como siempre, las metáforas rotundas y sonoras: «se retuercen los perros de tus cepas antiguas». La simbología pa­reja al anterior, aunque nos parece un texto de menor calidad que el ante­cedente.









POEMA DE LA LLANURA







¡Oh llanura manchega

con molinos y lunas derramando armonía!

Al abrir con las manos la memoria lejana

se retuercen los perros de tus cepas antiguas,

y los pámpanos cantan sin saber que cantando

van lloviendo alegrías

y fandangos calientes

en las uvas doncellas. La memoria me anima

las palabras augustas.

¡Oh caminos del día

con escarcha y muchachas presintiendo la espiga,

azafranes morados

y caricias debajo de las altas celindas!

La llanura es un lago

de cristal cuando abren las estrellas sus risas.

Don Quijote regresa

de los montes y llora por la rosa perdida...

¡Ay Minaya, la grande,

la callada, en vigilia

bajo el cielo de plata!

¡Ay La Roda, la dulce, la piadosa clarisa

con plegarias de azúcar

en la boca encendida!



¡Oh llanura, llanura

para el potro que sueña libertades sin bridas,

para el verde poeta

soñador de balcones más allá de las cimas...!



Canto, llanos. Os canto

porque tienen las Albas, al nacer, las pupilas

del color de las uvas,

del sabor de las mieles; porque brotan espigas

con un Dios en los granos

de sus trigos encinta;

porque nacen muchas con los ojos de día,

y las frentes de oro

y los labios de almíbar;

porque va Don Quijote, con su lanza y su prisa

encendiendo de cantos

amorosos el pecho de las dueñas dormidas;

porque, al fin, Sancho Panza

come panes de miga

verdadera y exacta. ¡Llanos anchos, el día

se nos abre debajo de los ángeles malvas,

y un hervor de campanas nos anuncia las brisas!





¡Bienvenidos los vinos,

y la copla y la espiga

y el clamor sin fronteras

de la tierra infinita...!





Otra vez Don Quijote, Rocinante y la dueña.

Otra vez otro día...

Primavera, campanas,

trigos verdes, vendimia...

La llanura es un ancho mar de cepas dormidas.

Oleaje de aves

con las alas sin brida...

de los pámpanos verdes,

de las novias con prisa...





O Llanura, llanura

de Minaya, santa Marta, La Roda...!

La espiga

con su Pan en los granos....

y la uva dorada con su Vino y su risa.





Pan de trigos morenos.

Vino rubio de uvas. ¡Pan y Vino! ¡La vida

de Jesús en el Llano!

¡OH LA EUCARISTÍA!





¡Oh llanura manchega

con molinos y lunas derramando armonía...!





Por igual inédito y nuestra estima de que es uno de los últimos poemas que escribiera Juan Martínez cuando, ya enfermo de cáncer de garganta, se le asomaba la muerte. Un texto sincero, tremendo.









POEMA PARA NOVIEMBRE MORIR







Yo no quiero morir porque otras vidas

-las ramas de mi tronco- me detienen;

porque brilla la luz y tengo sombra;

porque adoro a mi Dios y porque es verde

el agua de los mares y son blancas

las nubes; porque amo; porque tienen

risas las rosas y músicas los aires.

Yo no quiero morir, pero si, aleve,

la muerte desdibuja mis mañanas,

y se troncha mi tronco, y de repente

la rosa cambia de color, y el aire

se me va de la vida, seré fuerte

y diré con la voz que no haya muerto:



¡Gracias, Señor por esta vida breve!

Quiero vivir por estas ramas mías

que huelen a naranjo. Por las fuentes

que cantan, por los besos, por las canas

de otros troncos antiguos; pero tiene

mi raíz una voz que está muy cerca

de la voz del Señor y no le teme

la carne a la cenizo, ¡No es tan duro

dormirse junto a Dios sobre la muerte!





Sorprende cómo estos endecasílabos vienen a coincidir, prácticamente. con dos sonetos que, años antes, publicara en la revista Linares (16), con tí­tulo similar, «Poema en noviembre»



(17), aunque este texto que rescatamos, tan coincidente, nos parece de mayor tensión lírica- El poeta se aferra a la

(16) Núm 40; Linares, octubre de 1954,



Creemos aconsejable reproducirlos:





-I-

Yo no quiero morirme todavía.

No me quiero morir, porque me siento

la savia por los huesos, y el aliento

encendido de color y armonía.





No me quiero morir mientras sonría

este niño plural que busca un cuento

de hadas en mis labios y alimento

de Dios en mi silente hospedería.





Cuando sean mis pájaros capaces

de volar con sus alas, dame. Muerte,

la muerte que me sirva para el vuelo;

pero míralos. Muerte; son rapaces,

florecillas en leche, cuya suerte

depende de mí voz y mi desvelo.





-II-

No temas, corazón, Morir es darse

a la tierra mullida y olorosa;

caer, como los trigos, o sembrarse

en un carmen con sol, como la rosa.





Morir es, corazón, caer y alzarse;

hacerse Nada y Todo; ser graciosa

paloma del Señor, al elevarse,

a tronco sin raíz en tierra umbrosa.





No temas, corazón, que vida es muerte,

porque sólo muriendo tiene vuelo

el alma encarcelada por la vida.

Morirse, corazón, es florecerte

en las aras de Dios; ser en el Cielo

palma, canción o lumbre inextinguida.



Por su misión como padre; si bien su profunda y sincera re­ligiosidad le lleva a acoplar la muerte, «no le teme la carne a la ceniza».Y esta confesa religiosidad, por igual, se manifiesta en el autógrafo que reproducimos de una carta que el poeta remitiera a Alberto López. Poveda. Redoblada sinceridad en verdadero recogimiento espiritual. Vibra su fe.





La soledad me ofrenda

los frutos y el sabor de lo perfecto.

Baja de Dios a mi. como un arcángel,

la palabra no dicha. Sí, Me siento

alto en la luz, ardido en la esperanza

de ver, de nuevo, el Verso

del árbol, con sus pájaros dormidos.





Sí. Con Dios, a solas, siento

lo que dicen los hombres cuando callan,

lo que cantan las piedras y el silencio.

Ciego a las cosas, llegan

a mí las luces todas de lo inmenso.





No creemos merezca la pena anotar mayores conclusiones sobre este.



En la siguiente imagen, muestreo del hacer de Martínez de Ubeda. Luces y sombras, grandeza y servidumbre, de quien fue el mejor poeta jaénes -re­sidente en las tierras de nacencia- de su época: